sábado, 6 de agosto de 2016

Mi viaje hasta ahora. Bangkok, Camboya y el norte de Tailandia.

Ahora mismo estoy sentada en el bar de mi hostal. Es el típico hostal con el que había soñado cuando pensaba en ir a Tailandia. Está todo construido con madera y tiene pinturas de colores que alegran todas las paredes. Mi habitación está compartida junto con otras diez personas y el suelo es de cemento. Tiene dos puertas, que dan al patio de todo el jardín y ambas están siempre abiertas. Incluso de noche. Para evitar los mosquitos, que no dejan escapar a nadie, todas las literas tienen una mosquitera colgando encima. Muy hippie todo.


Ya llevo más de una semana fuera de casa y todo va muy rápido. No soy capaz de marcar mi ritmo todavía. Tailandia lo marca por mí. Llegué a Bangkok y me escapé a Camboya, el país vecino maravilloso pero muy pobre, nada que ver con Tailandia aunque compartan muchas cosas como la comida y los famosos 'Tuc-tuc', pero ya quisieran los camboyanos estar como los tailandeses. En nuestro camino hasta Siem Reap, nos adentramos -y digo 'nos' porque no iba sola, iba con un grupo de gallegos que conocí nada más bajar del avión- en el interior de Camboya. Se podían observar las casitas hechas con madera y bambú, sus coches en la puerta, y muchas, muchas palmeras. Parecía que estuviéramos por momentos en Vietnam.




Al llegar a Camboya no teníamos hostal y buscando rápidamente uno con una señal débil que encontramos de Wi-Fi, cogimos el más barato. Esa noche dormimos tres horas porque nos dijeron que la puesta de sol era muy bonita en Angkor Wat, una maravilla de ciudad antigua, que a mí me recordaba todo el rato al Libro de la Selva. La puesta de sol no era para nada necesaria, hordas y hordas de turistas habían pensado lo mismo y le quitaban mucho encanto al lugar.



Fue esa noche a la vuelta al hostal cuando me di cuenta de que no es que hubiera una persona sordo muda en el hostal, la que nos había atendido al llegar la noche anterior, sino que todos eran sordomudos. Ante mi asombro tuve que hablar con cualquiera de ellos. Y así conocí a Alan, un mochilero de toda la vida con mucho recorrido en sus espaldas. Me contaba que al recorrer el mundo siempre tenía problemas para hospedarse en sitios y fue así como decidió montar su hostal en Camboya. Él era americano pero Camboya lo atrapó y ahí seguía cuando lo dejé. Un hombre maravilloso. *Lo podréis conocer en mi siguiente vídeo*.

Y como decía, ahora estoy en un hostal precioso en el norte de Tailandia, en Pai, más al norte aún que Chiang Mai. No podría describir la cantidad de tonos de verde que he visto, miles y miles. Todo es verde y sus árboles se enredan en las alturas y se mezclan entre sí. Voy recorriendo toda esta zona en una moto que he alquila y hay veces que se me olvida la carretera y solo miro las hojas que hay perdidas en el cielo y sus paisajes intermitentes.

Definitivamente me quedaría por esta zona una temporada más. Pero tengo que coger un vuelo a Bali el 22 de agosto y esa fecha supone un tope para mí en todos mis movimientos. Además, tengo que extender mi visado porque al haber ido a Camboya, solo me daban 15 días. Tengo hasta el 14 de agosto para estar legal en Tailandia, la verdad que suena muy de peli, pero solo tengo que perder una mañana en la oficina de inmigración y arreglado.

Pues así van siendo las cosas. Habrá más y mejor.